Creo que no había llorado de esta manera. He llorado hasta la sequía, y luego lloré un poco más. Son de esas lágrimas gigantes que solo salen cuando sabes que algo se acabó.
Quiero encontrar una explicación científica a mi malestar, un mapa que señale exactamente en qué parte de mi cuento empecé a perderme. En qué parte de mi cuerpo me dejé escapar.
Ululu. Dolor.
Lo siento pasear por cada uno de mis poros, se inventa una danza en mi estómago, enreda mi cabello; lo siento en mis dedos, en mis ojos, en la inconsistencia y la arrogancia. Camina sobre mi cordura, envuelve mi pecho y mi psiquis.
Ululu me engaña. Me hace ver incluso formas inexistentes, distorsiona mi reflejo en figuras poco bondadosas, me hace dubitar. Me paraliza… también me libera.
La rabia.
Ululu y ella se llevan bien; pero me declararon una guerra que me ha dejado sin palabras ni respiración… he comenzado a enfermar.
Escuché cómo murmuraban, me comparaban con lo risible y me dejaron abajo. Yo, con la voz gastada les pedí que se fueran, les grité (o lo intenté) que me dejen sola. Poco he logrado aún. Pero no tengo armamentos ni soldados.
Solo me tengo.
Ululu llegó antes de lo esperado.
No me avisó.
Vino sin manual de instrucciones y ahora estoy descifrando, descifrándome, descifrándolo…
Encontré una luz; la encendí…
Mi cabello era tan largo como mi historia, pero estaba tan sucio y manoseado que ya no iba a brillar.
con toda la inseguridad que puede caber en un cuarto, entregué las tijeras… Si no hay recuerdos ni registros, no sucedió.
Ululu me ha abrazado.