Día 1:

No se si llamarlo suerte o desventura.

Tengo tanto por hacer que permitirme experimentar mis propias emociones sería catastrófico… incluso el simple hecho de pensar en ellas, ya representa un gasto de energía y atención opuesta a favorable.

He elegido inhibir las ideas.

Pero el desasosiego me está provocando arcadas, y no se vomitar; estoy experimentando la reacción de mi cuerpo al veneno de otras personas, cómo grita mi sistema inmunológico emocional contra lo injusto, lo ridículo, lo impensable.

Me quiero ir de aquí.

Día 2:

He leído que puedes saber la verdad por la forma en cómo se siente; pero hoy quiero mentirme.

Suerte o desventura, no soy capaz de maquillar la realidad a mi favor, ni permitirme falsear con mis propios juegos cosas evidentes, cosas que nadie puede ver.

Solo yo.

Y me enredo, me enredo tanto en algo que es mío, tan mío como de nadie más, pero quiero soltarlo. Dejar el enredo para los tibios, los insensatos, los que no aprendieron a amar. Que en esa guerra se maten los que se quieran matar, y yo…

yo ya no.

Día3:

No tiene sentido dejarse para después. Aferrarse al vacío. Ya lo sé todo y tengo mis respuestas. Conozco el camino: enjugar las lágrimas. Suprimir los hechos tal como lo haría un político para ocultar su propia mierda. Seguir caminando.

Suerte o desventura: Nunca me equivoco. Empezar «desde cero» con mentiras de fundamento, egoísmo y pensamientos irracionales… el festín de cinismo se te da muy bien. Suerte o desventura para ti.

Y para mi, solo suerte…

No me vuelves a tocar.