Nos detuvimos ante lo sublime de las luces que hacían que incluso la magia se vea mínima a su lado. Nuestras manos entrelazadas y nuestros ojos entregados al instante, a la vida, a la perfección que solo conoce el que ha visto en carne propia un sueño hecho realidad… o al menos eso fue lo que soñé años atrás.
Aquel tiempo en que la ingenuidad no era pecado y el amor era puro; ahora, gastado.
Nuestro pequeño revuelo que nació entre violines y melodías, entre risas y cartas hechas a mano; ese amor que le ganó partida a la arrogancia, ahora se ha desvanecido.
Pasó ya por tantos labios, se aferró a otros brazos y protagonizó otras historias. Tantas como fueron posibles, tantas historias excepto la suya… excepto la mía.
Se ha ido para siempre.
Y me detuve sola frente a las luces, queriendo con todas mis fuerzas que él, que sus manos estén ahí. Aquella danza de destellos entallaron mi alma y desmenuzaron mis sueños. Aquella torre con su poder me desarmó y dejó de rodillas, vulnerable…
Por un momento se apagaron las luces, y segundos después se encendió una llama.
Una lágrima terminó de aniquilarme el orgullo, mientras comprendía que no era más un sueño.
Estoy aquí, sola…
pero el fuego sigue quemando.
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